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Si hay algo que los seres humanos tendemos a buscar, es la confianza interior que nos dan las certezas. Procuramos creer que sabemos lo que queremos, lo que creemos, lo que necesitamos. Esto suele convertirse en un ancla interior que nos brinda una sensación de seguridad. Pero ¿qué pasa si te digo que esto puede no ser más que una “ilusión”…Que tus supuestas certezas, las cuales la realidad parece confirmarte cada día, pueden estar mucho más cerca de tus deseos que de la realidad? Hay una gran posibilidad de que aquellos puntos de vista que sostienes y defiendes sobre diferentes temas, desde los más trascendente hasta los más triviales, sean una versión incompleta de la verdad o incluso un verdadero autoengaño.

Te propongo un desafío: toma lápiz y papel y realiza una lista de aquellas cosas de las que estas completamente seguro, procura incluir temas variados, relacionados con tu propia persona, tu familia, el mundo que te rodea, valores, política, religión, etc. Ahora responde sinceramente. ¿Alguna vez los pusiste en duda? ¿Serías capaz de cuestionarte sobre ellos?

Basta con mirar a nuestro alrededor, y sin irnos demasiado lejos veremos que, aunque compartimos con otros la misma realidad objetiva, la manera de experimentarla e interpretarla puede ser abismalmente diferente.

Hay personas que creen que la vida es hermosa, y el mundo un lugar lleno de oportunidades, sin embargo, otros no pueden más que ver y anticipar desgracias. Algunos logran ver bondad en los otros, y amarlos, otros solo ven malintencionados enemigos de quienes defenderse. Algunos miran a su alrededor y observan las señales inconfundibles del amor de Dios, otros solo pueden ver su crueldad o directamente afirman que no existe. Todos y cada uno encuentran argumentos cada día que refuerzan sus hipótesis, y miran pasmados la falta de inteligencia de los otros ante tan claras evidencias. ¿Cuál es la realidad? ¿Y si fuera la de los otros? ¿Y si no fuera ninguna de ellas? ¿Y si todos estuviéramos más confundidos de lo que creemos? ¿Podemos confiar plenamente en nuestras percepciones?

Los procesos cognitivos que sostienen el autoengaño

Quienes estudian los procesos cognitivos, afirman que la manera en que vemos el mundo es una construcción que hacemos del mismo, que durante nuestra infancia formamos esquemas cognitivos a partir de los cuales interpretamos los sucesos de nuestra vida, de tal manera que coincidan con las creencias nucleares que subyacen a estos, creencias acerca de cómo es la vida, cómo son los otros y quiénes somos nosotros mismos. También aseguran que tendemos a procurar confirmar estas realidades mentales, aun cuando sean perjudiciales o nos causen sufrimiento, y que para sostener estas supuestas certezas instrumentamos toda una serie de sesgos o distorsiones cognitivas de manera casi inconsciente. Por ejemplo, si durante tu infancia construiste la creencia de que el mundo es un lugar hostil y no eres digno de amor, darás mayor trascendencia a las situaciones de rechazo y de peligro, minimizarás los actos de amor y de bondad o los significarás de manera negativa, y como si fuera poco asumirás una conducta defensiva que hará más probable que recibas rechazo y hostilidad de tu entorno. Con todo esto, la realidad parecerá confirmarte la veracidad de tus creencias como algo independiente de ti mismo, y aunque esta “realidad” no necesariamente te haga feliz, comprobarla te aportará una tranquilizadora sensación de control, una especie de “si, es malo, pero ya se cómo funciona”. Es extraño, pero pareciera que la necesidad de coherencia es mayor, incluso, que la de bienestar.

Es probable que en este momento estés pensando: “esto les pasará a los otros, yo tengo un excelente criterio”. Déjame decirte que cuanto más seguro te sientas, más probable es que te estes equivocando. Uno de los sesgos cognitivos más interesantes es el “Dunning Krugger” que postula que las personas que menos saben son las que más seguras se sienten en sus razonamientos, ya que los mismos vacíos de conocimiento los tornan incapaces de detectar sus errores. Por otro lado, los que más conocimiento tienen, suelen ser mucho más medidos a la hora de ser categóricos en cuanto a ellos, porque ven la complejidad y amplitud de los mismos. Será por eso que una de las cualidades de los verdaderos sabios es “la humildad”.

 

Pensamiento flexible y humildad

¿A dónde nos lleva toda esta reflexión? ¿será que no existe una realidad? ¿Tendremos que entregarnos al relativismo? ¿Deberemos aceptar con resignación que cada uno tiene su propia y exclusiva verdad? Para muchos, este es un atajo cómodo y simplista, sin embargo, algo en nuestro interior nos dice que esta no es la respuesta que necesitamos, nuestro corazón clama por una verdad, nuestra salud emocional la necesita, y en cuanto nos descuidamos alguna sutil ideología nos conquista.

¿Cuál será el camino más sano para satisfacer esta necesidad de certezas sin caer en el autoengaño? Tal vez el primer paso para resolver este dilema sea reconocer que es imposible lograrlo plenamente, y el solo hecho de aceptarlo posibilita procesos mentales mucho más saludable. Está comprobado que el pensamiento flexible, curioso ante nuevas opciones, que no teme preguntar, que se da el permiso de dudar y de cambiar, es fuente de salud mental y sabiduría, en contraste con el pensamiento rígido. Las personas que no pueden cuestionar sus ideas, tampoco las están eligiendo en plena libertad. Las posturas inflexibles, las miradas críticas e intolerantes frente a las opiniones diferentes, no revelan seguridad sino todo lo contrario. El verdadero pensamiento crítico empieza por cuestionarse a sí mismo, el que solo cuestiona las ideas ajenas en realidad se está defendiendo de ellas.

El siguiente paso, una vez que le hemos perdido el miedo a nuestras propias dudas, nos llevará naturalmente a asumir una posición diferente frente a aquellos que piensan distinto. Las personas conscientes de su subjetividad, son más reflexivas y humildes en los debates sobre los grandes y pequeños dilemas de la vida, escuchan con más atención y reaccionan con menos compulsión, miden sus juicios, sus palabras y el peso de sus propias ideas, al mismo tiempo que son capaces de cuestionar sanamente las perspectivas de los otros. El reconciliarnos con esta realidad, lejos de ponernos en una posición más vulnerable, abre el camino para descubrir que no es necesario saberlo todo y que ser capaces de decir “no lo sé” o “a mí me parece” es una alternativa mucho más agradable y enriquecedora que la de las obstinadas fundamentaciones.

 

Verdades existenciales.

Pero ¿Qué hacemos con esas preguntas existenciales que no logramos acallar ni relativizar, aquellas por las que nuestra estabilidad emocional clama? ¿Dónde buscamos esas respuestas cuando reconocemos que no están dentro de nosotros mismos? ¿A dónde vamos cuando entendemos que incluso aquellos muy bien formados y seguros de sí mismos son tan propensos a sus propios autoengaños como nosotros mismos?

A lo largo de la historia de la humanidad, solo la conciencia de una verdad eterna e inasequible, y de un ser superior que nos excede en poder y conocimiento, ha podido calmar esa sed de respuestas y dar paz al alma. Pareciera incluso que el saber que no somos capaces de entenderlo todo, lejos de inquietarnos nos alivia.

Lamentablemente, las mil y una versiones de muchos conceptos bíblicos y experiencias espirituales, nos dejan claro que incluso nuestra percepción de Dios y la interpretación de su Palabra están tan atravesada por nuestras distorsiones cognitivas como cualquier otra verdad a la que procuremos aferrarnos. Aun me atrevo a decir que en el desesperado intento humano de abarcar lo inabarcable, y entender lo inentendible, corremos el riesgo de caer en la versión más peligrosa de nuestras propias mentiras, al “disfrazarlas de Dios”.

¿Qué será más peligroso?,¿ser incapaces de acceder a las “respuestas correctas” o creernos capaces de alcanzarlas? La lógica me dice que, si algo no es posible, tampoco es necesario. Incluso bíblicamente, ni el ser humano “perfecto y sin pecado”, necesitaba “saberlo todo”, y no fue sino cuando lo pretendió, que terminó perdiendo todo lo que si podía tener. Tal vez seguimos creyendo la gran mentira de que “no saber” nos hace más vulnerables, cuando en realidad la verdadera seguridad esta simplemente en soltarse y confiar en un ser superior que “sí sabe”. Probablemente, si fuéramos más conscientes de lo grande que nos queda “la Verdad”, la vida y la fe, serían mucho más simples y amigables.

 

Una sola certeza

En mi trabajo con la mente y los corazones humanos, he observado que detrás incluso de la más compleja situación, siempre se esconde una única y gran necesidad emocional, condición imprescindible para la salud mental y espiritual, y esta es el AMOR. Cuando esta certeza falta, cuando falla el amor humano y por lo tanto la percepción del amor divino, el ser humano se pierde en la búsqueda frenética de otras certezas, que solo profundizan su inseguridad, lo cual, en un círculo vicioso de soluciones fallidas, lo lleva a aferrarse rígidamente aún más a sus supuestas verdades.

En conclusión, queda claro que, nuestra necesidad de seguridad nos lleva a generar un exceso de autoconfianza en nuestras convicciones, pero solo hay una certeza a la que necesitamos aferrarnos obstinadamente y esta es EL AMOR DE DIOS y la bondad de sus consejos. Desde esta base segura y ordenadora, las otras pequeñas y grandes verdades de la vida, muchas de las cuales también son importantes, empezarán a revelarse, graduales, coherentes y estimulantes, como regalos de Dios a una mente curiosa que está en sintonía con él, y no como inútiles salvavidas emocionales a los que necesitamos aferrarnos.

Toma la lista de certezas que escribiste, ponle un signo de pregunta a cada una de ellas, menos a aquellas que hablen del amor de Dios, tal como lo manifiesta Jesús. Atrévete a ser tan humilde como el erudito Pablo al decir “Porque nada me propuse saber entre ustedes excepto a Jesucristo, y Este crucificado” (1Cor.2:2)”. Así de simples son el amor y la verdad, así de claros, sin riesgos de autoengaños.

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