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Tendemos a ubicarnos donde queremos, donde nos impulsan nuestros deseos y sueños. En las manos de Dios somos puestos donde tenemos que estar.

Como familia, llevamos cuatro mudanzas en ocho meses. Y creo que  la necesidad de ‘echar raíces”, al menos en modo figurativo y proyectivo, me encontró comprando plantas la primer semana de la última mudanza y luego macetas y bolsas de tierra, y fue así como lo metafórico comenzó a cobrar un sentido literal.

Y mientras me encontraba resolviendo mi crisis existencial (que en ese momento se resumía en  “¿a dónde pertenezco??”) tocando la tierra, sintiéndome poco a poco segura,  plantando plantas frente al mediterráneo, como si fuera que plantaba bandera, se enciende mi alarma de la paradoja, tomo un poco de distancia del sentimiento engañoso de superación y me doy cuenta que no pertenezco a ningún lugar donde yo deseo encajar, sino que pertenezco a los lugares donde Dios decide y decidirá ponerme cada vez que yo me entregue en sus manos. Ahí dónde Él decida plantarme será mi lugar, y dónde decida trasplantarme también lo será.

¿Cómo pasó toda esta idea por mi cabeza? Cuando me di cuenta que algunas de las plantas eran chicas para el tamaño de las macetas donde las había puesto. Me incomodaba ver eso. Las plantitas quedaban un tanto ridículas, perdidas, vulnerables, solitarias, dentro de ese “terreno”. Pero sabía que era cuestión de tiempo. Si deseaba que esas plantas sean mas grandes, tenían que tener ese espacio. Y fue en ese momento que Dios me contó que nadie ve nuestro potencial como Él lo puede hacer, que cuando pensemos que el terreno donde nos plantó nos queda demasiado grande, recordemos que lo hizo porque quiere que nos dejemos regar por su espíritu para poder crecer. Entendí que en sus manos no habrá maceta que resista a las fuerzas de las raíces que solo quieren y necesitan expandirse. Y que cuando algunas de las ramas se caigan Él va a estar susurrándome que “a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien” y que es Él quien está podándonos para que podamos crecer con más fuerza.

Dios quiere que dejemos de sentir la seguridad que nos brinda nuestra maceta, que más que acurrucarnos y protegernos, nos esta apretando y asfixiando.

Dios quiere re-movernos, trasplantarnos a su jardín.  Mientras tanto, nuestro único plan es depender y confiar de sus cuidados, a medida que vamos esparciendo nuestras semillas, ramas y raíces por territorios desolados. Y así, poco a poco, con paciencia y humildad ir acercando el jardín de Dios a este mundo.

 

           Salmos 92

12 El justo florecerá como la palmera;
crecerá como cedro en el Líbano.

13 Plantados en la casa de Jehová,
en los atrios de nuestro Dios florecerán.

14 Aun en la vejez fructificarán;
estarán vigorosos y verdes,

15 para anunciar que Jehová, mi fortaleza, es recto
y que en él no hay injusticia.
     

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