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No me gusta simplificar las cosas, soy demasiado consciente de lo compleja que es la realidad. Sin embargo, cada vez estoy más convencida de que el mayor problema del ser humano es el egoísmo, así de simple.

Lo encuentro escondido detrás de todo lo que nos atormenta, por dentro y por fuera. Ensalzarnos, atacar, defendernos, aislarnos, afirmarnos, obsesionarnos con nuestros deseos, necesidades y derechos. Arrebatar. Retener. Mezquinar. Manipular. Acumular desaforadamente. Ostentar. Envidiar. Odiar. Enfermar. Descansar al menos unos segundos en la sensación de seguridad que nos brindan las manos llenas.

Porque de eso se trata el nunca bien ponderado “instinto de supervivencia”, cualquier artimaña mental, autojustificación, o mecanismo de defensa, cualquier cosa por sentirnos un poquito seguros en un mundo sumamente injusto y devastador.

Pero, aunque parezca funcionar, nuestro corazón lo sabe, sabe que detrás de nuestra autosuficiencia hay mucho miedo, mucha desconfianza y una perturbadora soledad.

Nuestra mente sobresaturada de estímulos, si hiciera un poco de silencio descubriría que éste no es el camino, que no podemos autosatisfacernos, que necesitamos desesperadamente confiar, dar, darnos sin temor y sin reservas, recibir sin desconfianza, agradecer sin vergüenza, amar sin tapujos.

Amar sin miedo, si, es eso lo que deseamos desesperadamente. ¡Pero en este mundo se siente tan peligroso! … el egoísmo del otro me interpela, me impulsa en alienante acto reflejo, a levantar mis escudos y mis armas, a defenderme del otro, que a su vez me ataca para defenderse de mí.

Así vivimos, cualquier gesto o suposición enciende nuestras alarmas y nos hace parte de en un ciclo incesante de víctimas y victimarios, heridos, asustados, y ansiosos por ver flamear la bandera blanca de la paz en la mano del supuesto enemigo. Bandera que tiene escondida, aterrado, igual que yo, de ser descubierto vulnerable.

El egoísmo es el problema visible de un corazón herido y asustado. Nacimos para ser cuidados y amados, fuimos diseñados para confiar, para dar y recibir sin reservas, somos dependientes y generosos por naturaleza. Por eso sufrimos tanto en este mundo cuyas reglas del juego nos obligan a salvaguardarnos en la autosuficiencia y el individualismo.

Cada vez estoy más segura de que la Biblia tiene razón, el pecado nació con la desconfianza en Dios, al acariciar la duda de que lo que lo mueve puede ser el egoísmo, de que detrás de su aparente bondad hay intenciones de someterme, de que me engaña, que no es confiable. Esa pequeña gran mentira bastó para que el delicado mecanismo psicológico que Dios diseño para reproducir su amor en el mundo, empiece a reproducir un egoísmo cada vez más atroz.

Y aquí estamos, el egocentrismo con todas sus consecuencias se reproduce sin control a nuestro alrededor, y dentro nuestro. No hay manera de librarnos, nuestras neuronas espejo se activan naturalmente, así fuimos diseñados. Somos lo que contemplamos desde que nacimos. Somos las adaptaciones de nuestro cerebro a generaciones de sobrevivientes asustados.

La Biblia enseña que la única solución es “nacer de nuevo”, aún mientras vivo en este mundo, y lo creo. Por algo esta verdad hace vibrar el corazón de tantos. Poder iniciar una “nueva vida en Cristo” es la mejor de las noticias, es sanidad, es esperanza, porque implica que, si me atrevo a creer en el amor de Dios, este sigue teniendo el potencial de reproducirse, de encender mi verdadera identidad amante, y con ella la posibilidad de que el que recibe mi amor, tarde o temprano bajará sus armas y se atreverá también a amar, y una nueva onda expansiva comenzará.

Aún hay pequeños focos de amor que están haciendo su obra reproductiva silenciosa. Aun Dios sigue brillando con su amor, y si prestamos suficiente atención podremos ver sus pálidos reflejos en otros y en nosotros. Dios no desiste, el no deja de ser lo que siempre fue, él es inmune al egoísmo, no es como nosotros, el sigue siendo amor, LA CRUZ lo atestigua, no hay peligro, Dios es bueno, el da sin dobles intenciones. La cruz no deja dudas al que quiere creer, al que es lo suficientemente valiente para mirarla, y mirarla, hasta que el tan anhelado amor se encienda al fin en su corazón herido.

Podemos elegir detener la guerra desenfrenada de egoísmo y el orgullo y entregarnos con humildad al perdón y a la bondad. Podemos rendirnos ahora, ser los primeros en levantar la bandera y abandonar la guerra. Aún hay esperanza. La onda expansiva del amor está creciendo y finalmente triunfará. Porque el mal se vence por el bien. Y la luz siempre vence las tinieblas. Podemos ser parte. Solo debemos decidir confiar en el poder del Amor. De eso se trata la Salvación.

*La Lic. Noelia Marrero Noguera es parte del staff de PsySon. Si quiere reservar una consulta con ella, puede hacerlo ingresando a nuestro directorio profesional.

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