fbpx Skip to main content

Jesús fue el mejor psicólogo.
Eso dicen.
Como si la compasión necesitara un título universitario.
Como si el amor se midiera en experiencia clínica.
Como si el hecho de que Jesús lloró, escuchó, abrazó… lo convirtiera en terapeuta.

Pero no.
Jesús no diseñaba protocolos.
No usaba técnicas de exposición.
No diferenciaba entre trastornos y respuestas aprendidas.
Jesús no hizo consulta.
Jesús amó.

Y tal vez ahí está el problema.
En que preferimos llamarlo “el mejor psicólogo”
antes que aceptar que nos está pidiendo mucho más que una sesión semanal:

Nos está pidiendo presencia en la vida de los que sufren.
Nos está pidiendo escuchar sin juzgar.
Ver sin señalar.

Pero no.
Preferimos decir que “Jesús es el mejor psicólogo” para evitar ir a terapia.
Preferimos el cliché antes que el proceso.
La respuesta “mística” antes que el acompañamiento real.

Y así, esa frase que parece tan bonita,
se vuelve una forma elegante de negar la angustia ajena.
Una excusa piadosa para dejar a la gente sola con su dolor.
Un dogma disfrazado de consuelo.

Porque cuando alguien con un problema escucha: “Jesús es el mejor psicólogo”,
puede pensar que no debería seguir sintiéndose mal.
Que su tal vez su fe está rota.
Que buscar ayuda es traicionar a Jesús.
Y entonces, el mensaje no es sanador.
Es cruel.

Jesús no fue psicólogo.
Fue Jesús.
Y eso ya es bastante.
Porque no vino a curarnos con técnicas,
vino a salvarnos con verdad.
No para sustituir la ciencia,
sino para recordarnos que la humanidad es sagrada.

El sufrimiento no siempre se sana.
No siempre se entiende.
No siempre se soluciona.
Pero siempre se puede acompañar.
Con amor.

Y acompañar…
Requiere más que fe.
Requiere más que palabras.
Requiere más que frases bonitas en redes.
Requiere humanidad.
La de Jesús.
Y la nuestra.

Autor: Dr. Sergio Ramírez Lozano
IG: @sergioramirezloz

Leave a Reply