fbpx Skip to main content

En Mateo 22:37-39 se encuentra el siguiente pasaje: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Es increíble que Jesús sintetice toda la “ley y los profetas”, verdades preciosas, en unos 227 caracteres (¡222 en el texto original!), cantidad que entra con lugar de sobra en un tweet en X (antes Twitter) donde el límite actual es de 280 caracteres. Jesús nos está diciendo: todo el mensaje de mi palabra gira en torno a estos principios que permiten una vida plena.

Resulta sumamente interesante que estos principios contemplan todas las áreas del ser humano, incluyendo la psicológica. De hecho, eligió utilizar “caracteres” para hacer mención del corazón (kardia [Strong G2588], vinculado no solo al órgano físico que bombea la sangre para vida, sino también al asiento de los deseos, voluntad e intención que impulsan decisiones y acciones), el alma o ser (psyche [Strong G5590], que abarca la totalidad de la vida consciente, centro de emociones y sentimientos) y la mente (dianoia [Strong G1271], que tiene que ver con la capacidad de pensar, reflexionar, razonar y comprender). El primer y más importante mandamiento o, en otras palabras, la instrucción suprema para los seres humanos es amar a Dios con todo nuestro ser.

Además, al incluir la segunda instrucción, nos encontramos con todo el ser amando (agapao [Strong G25], tipo de amor desinteresado, incondicional y comprometido): a Dios, al prójimo y a uno mismo.

El amor verdadero y puro tiene una fuente que es Dios y es quien lo derrama en nuestros corazones;  este punto trae mucha tranquilidad porque no podemos generarlo mediante nuestros esfuerzos, se recibe para dar. “Nosotros lo amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19) y  “…el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Por lo tanto, cuando nuestros corazones reciben y creen en ese amor que se nos imparte, este puede dirigirse hacia todas las direcciones.

Sí, incluso hacia nosotros mismos. Amor agape hacia uno mismo.

En la actualidad estamos bombardeados por una promoción del “amor propio” característico del humanismo secular y la postmodernidad que se centra en la autorrealización personal, la autonomía y la satisfacción individual, comúnmente priorizando al individuo y desconectado de una fuente trascendente. Ese tipo de amor philautoi [ Strong G5367] podría relacionarse con lo expuesto en 2 de Timoteo 3:2 “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos (philautoi)…”

El amor agape hacia uno mismo nada tiene que ver con el amor philautoi; sin embargo, en diversas culturas cristianas se hizo más prevención de este último que promoción del primero.

Es como si Dios nos proveyera los tres colores primarios (rojo, azul y amarillo) para que podamos hacer trazos en el canva de nuestra vida, pero nosotros eligiéramos dejar uno fuera. Esto no solo restringe la posibilidad de mezclarlos para obtener más variedad de colores secundarios y terciarios, también limita las oportunidades de aquello que pintemos. O como si nos dijera, esta es la partitura para que toques una canción de paz y nosotros optáramos por quitarle una tecla al piano, con toda seguridad, sonaría muy diferente.

¿Podría ser que estemos de acuerdo con mirar a nuestro prójimo como Dios lo ve pero que cuando se trata de dirigir la mirada hacia nuestro interior no expresemos la misma compasión?¿Será que usamos tonos comunicacionales cálidos y amables con los demás pero con nosotros mismos predomina la autoexigencia y autocrítica? ¿Podría ser posible que nos estemos perdiendo de dar testimonio del amor de Dios con la forma que nos cuidamos y tratamos a nosotros mismos?

Es probable que convivamos con mentiras en relación a cuáles serían las características sanas del vínculo con uno mismo y que, por rechazar el amor propio philautoi (amor egoísta) descartemos, también, el brindarnos el amor agape que proviene de Dios. Lamentablemente, podemos resistirnos a esa expresión para la cual tenemos provisión.

A continuación, comparto algunas preguntas exploratorias para identificar si estamos utilizando tonos de los colores del amor agape hacia otros y hacia uno mismo a fin de discernir si nos estamos perdiendo de algún color primario en el canva de nuestra vida.

Identidad
Hacia otros: ¿Reconoces el valor que tienen quienes te rodean como hijos/as y creación de Dios?
Hacia uno mismo: ¿Reconoces que tu valor no depende de tus logros sino de ser hijo/a de Dios?

Aceptación
Hacia otros: ¿Tomas tiempo para conocer a los demás, aceptándolos por quienes son, con sus fortalezas y debilidades?
Hacia uno mismo: ¿Integras tu propia historia y te aceptas tal como sos, reconociendo tus fortalezas y debilidades?

Cuidado
Hacia otros: ¿Procuras cuidar o contribuir positivamente al bienestar físico, emocional y espiritual de los demás?
Hacia uno mismo: ¿Cuidas de tu cuerpo, mente y espíritu como templo del Espíritu Santo, evitando prácticas destructivas?

Paciencia
Hacia otros: ¿Sos paciente con las imperfecciones de los demás, sin irritarte rápidamente?
Hacia uno mismo: ¿Tenes paciencia con vos mismo/a cuando cometes errores, permitiendo espacio para crecer?

Perdón
Hacia otros: ¿Ofreces perdón a los demás, reconociendo que Dios también te ha perdonado y evitas guardar rencor?
Hacia uno mismo: ¿Te perdonas por tus errores, aceptando la gracia de Dios y avanzando sin castigarte continuamente?

Compasión
Hacia otros: Cuando alguien pasa por una situación difícil, ¿te acercas, sin juzgarlo, con palabras amables e intentas ayudarlo?
Hacia uno mismo: Cuando vos estás en medio de una situación adversa, ¿te hablas con amabilidad y buscas ayuda?

Si el predominio de tus respuestas fueron más positivas en las dirigidas hacia los demás que hacía vos mismo/a, no te preocupes. De hecho, diversas investigaciones muestran que las personas tendemos a tratar con más paciencia, amabilidad y compasión a los demás de las que nos brindamos a nosotros mismos. Esto se estudió en diversos contextos en el campo de la autocompasión, donde concurrentemente se encuentra que cuando se pregunta a la gente “¿cómo responderías al fracaso de un amigo?”, la mayoría ofrece palabras amables y alentadoras, pero son más duras y autocríticas para enfrentar las propias fallas.

Y ¿a qué puede atribuirse esta disparidad, entre como tratamos a los demás y a nosotros mismos? Posiblemente tenga que ver con creencias profundas que tenemos sobre que el dirigir un trato amable o compasivo hacia uno mismo podría vincularse con la complacencia, victimización, pasividad o, bien, al amor propio philautoi (amor egoísta) que no tiene en cuenta a los demás.

En poblaciones cristianas, un estudio realizado por Hook y colaboradores (2015) expone que los cristianos con mayores niveles de autocompasión y autoperdón tienden a experimentar menores niveles de perfeccionismo destructivo, lo cual les permite una mirada más saludable hacia sus errores y fallas (o, podríamos decir, una mirada más cercana a la de Jesús hacia ellos). De manera similar, Brodar et al. (2015) encontraron que los cristianos con niveles más altos de autocompasión también reportaban mayor percepción de apoyo social y perdón, por lo que se asocia tanto a la salud psicológica como la social.

Además, en otro estudio, Barnard y Curry  (2012) examinaron la relación entre el agotamiento (burnout) de líderes religiosos y la autocompasión. Los resultados indicaron que los que tenían niveles superiores en autocompasión tuvieron menos síntomas de agotamiento emocional y mejor regulación emocional, lo que indicaría que pude ser un factor protector contra el desgaste.

La evidencia apunta a que quienes tienen tratos amables hacia ellos mismos tienen mayor bienestar psicológico, social y emocional, crucial para vivir en paz con uno mismo y los demás. Por lo tanto, la compasión hacia uno mismo puede alinearse al concepto bíblico del amor agape. Tratarnos con el mismo amor y bondad que ofrecemos a los demás, es una parte esencial de vivir plenamente con el amor que Dios ofrece: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Referencias

Leave a Reply