La historia de muchos de nosotros desde la escuela: que orgullo tener la medalla a mejor deportista, becado por ser deportista de la mejor liga, nadador, fuerte entrenador en el gimnasio o, uno de los primeros estudiantes por sus calificaciones y ser “brillante” académicamente. Así, los que no “forman parte” y no son elegidos en los equipos o reprueban en matemáticas, son dejados de lado, aunque “no digamos nada”. Así, muchos niños y adolescentes varones son menoscabados caminan por ahí, desde la infancia, sintiendo el cuestionamiento de la masculinidad. La lucha, es mostrarnos (aunque ni siquiera nosotros estemos seguros), inteligentes y capaces de pensar con todo raciocinio y controlar el sentimiento, que nos asocie con cualquier rasgo “femenino”. Los hombres nos volvemos en un “bloque” que solucionan problemas y damos directrices a seguir, siendo lo más relevante si tenemos, como resultado de estas características, posiciones de poder.
En la columna pasada, sobre identidad e identificación, aclaramos que esencialmente, aquellas características que nos hacen mantener nuestros comportamientos en sociedad, no tienen esencialmente un rol negativo, si es que no ahogan nuestra personalidad, gustos o tendencias de pensamiento. Por otro lado, las alarmas se despiertan ante los malestares, tanto internos, como las dificultades en nuestros vínculos de cualquier tipo. La potencia de pensar que nos ha caracterizado a los hombres, sea esta cierto o no, puede ser una “espada de doble filo”, convirtiéndonos en mediocres intelectuales. Por un lado, aparentamos que sabemos, que razonamos, que somos innatos solucionadores y, por otro lado, pasamos explicando aquello que no conocemos, nos afligimos si tenemos una necesidad emocional, propiamente humana, si estamos confundidos ante una decisión o paso que tomar que nos coloca ansiosos.
En este espacio, estamos abocados a construir, por nosotros mismos y, por los que amamos, una masculinidad con potencia y ternura y, en esta búsqueda de cuestionamientos, preguntas y cambios, podemos elegir otro modo de entender la inteligencia o el impulso de creernos sabedores de todo. Si mantenemos una actitud soberbia y, no nos permitimos el: “no sé”, “no puedo”, “no me hace sentir bien”, nos aislamos, convirtiéndonos en islas que, luego pueden hundirse solos. ¡Los hombres si necesitamos ayuda, para decidir, entender y avanzar en nuestros objetivos! Y, en estos quehaceres, tan humanos, el sentir es saludable, es apropiado, nos revela que estamos vivos.
Es tiempo de crear conciencia (paradoja: pensar jaja), para darnos cuenta que la dosis de raciocinio, no es negativa, sino que puede estar sobrecargada y, entonces ser regulada por lo emocional, porque ambas potencian la capacidad de disfrutar de nuestra salud mental y, por ende, cuidar de nuestros vínculos en cualquier esfera. El combate es con nuestro ego y, y el desafío, es saber pedir ayuda y descubrirnos vulnerables, rompiendo la noción de demostrar nuestra valía por nuestra competencia como hombres por saber, decidir y gestionar sin dilemas. El cambio es, identificarnos con nuestros valores, cuestionar el accionar automático y reconocer que no sabemos dónde vamos y, dejar de castigarnos, para remate en privado, por convivir un tiempo con la indecisión. ¡Qué importa si no sabemos adónde vamos o quienes somos!, ahí es donde tenemos la oportunidad de dejar de lado nuestro ego y trabajar con quienes amamos y nos desean ayudar.
¿Estamos dispuestos a pedir ayuda? ¿Estamos dispuestos a recibir un consejo razonable cuando no sabemos qué hacer? ¿Podemos darnos la oportunidad de sentir?
Sigamos cuestionando, preguntando y decidiendo nuestro bienestar.
Lic. Juan Pablo Lienlaf
Psicólogo, Docente de Lengua y Literatura, Licenciado en Cs de la Educación, Esp. Clínica del Suicidio