¿Qué es ser hombre? Ese “qué es ser…” es una pregunta que rebota en los actuales espacios sociales, en un sinnúmero de asuntos. Ese afán de, paradójicamente, definirlo todo y, mantener “clara las cosas”, aunque por un lado si y, por otro lado, nos neguemos a recibir definiciones. Aquí no vas a encontrar el paseo por las ciencias sociales intentando responder esta pregunta, sino una mirada mas acotada pero no por eso menos interpelante, sobre lo que, lamentablemente para nosotros los hombres, ha sido y es mínimamente pensada y, menos respondida.
Sobre la Humanidad, claro está, los debates vienen y van, no siendo así, desde el género. La masculinidad es definida por aquellos psicoterapeutas y sociólogos que se atrevieron a “poner el pie” en un terreno sumamente desconocido y, en el ultimo tiempo sensible (por así decirlo), como “la adherencia a la norma social masculina”. O sea, el hombre seria hombre por lo que le dicen que es serlo. ¿Cuestionable? ¡¡más vale!!
La ruleta ha dado el turno para que, NECESARIAMENTE, nos sentemos a reflexionar sobre el rol de la mujer y las influencias que han sido negadas. Esa reivindicación, que comenzó hace décadas, con idas y venidas, está (nos guste o no), en ciernes. Ahora, puedes preguntarte por qué comenzar a charlar sobre “masculinidad”, en este contexto: y es por su escondida relevancia, ni mejor ni peor que el debate femenino, sino porque las reivindicaciones sobre la identidad, rol e influencia de la mujer nos abren espacios para respirar profundo y preguntarnos aquello que no nos hemos atrevido a preguntar: ¿existe acaso una identidad masculina alterada, beneficiada, supeditada o negada luego de estos cambios? Somos quienes dan vida a las masas sociales que salen a las calles de las urbes y “reclaman” cambios. ¿Tenemos que salir los varones también? No soy dogmático sobre estos puntos, solo me atrevo a preguntarlos.
Nuevamente, no es mi interés instalar una discusión de bandos que, humildemente me es improductiva. Lo que si deseo poner en la mesa es la necesidad, desde la mirada de las humanidades y, por supuesto, desde la constitución identitaria (¿Quién soy?), y social (¿Quién soy yo con el otro? Y más: ¿Quién es el otro?), las inquietudes que la psicoterapia debe y puede plantear (porque parte de nuestro rol es preguntar, desde el espacio terapéutico, cuestionando patrones arraigados y “sacar a la luz” aquellas razones y elaborar así cambios externos después de ese trabajo de arqueólogos). ¿Cómo pensar y más aún, iniciar este trabajo minucioso sin un hombre dispuesto a observarse, escucharse y darse tiempo? Cuestionar y preguntarme con qué y con quién me identifico es otorgar a lo social una cuota importante de mi identidad. No es lo mismo identidad que identificación: la primera es difícil de concebir sin la segunda ya que, no puedo lograr ser hombre sin el vínculo con otro, ejemplo básico: el “mi abuelo me trataba …”; “mi padre me golpeaba…”; “mi madre me abrazaba cada noche antes de dormir”; “mi hermano mayor jugaba al fútbol conmigo”, etc., son imitados o rechazados al decidir como actuar y, cambiarlos requieren esfuerzos que muchas veces, por no decir todas, son difíciles de revertir en completa soledad. La decisión de primero, cuestionar y luego cambiar es un paso viril, fuerte y a la vez, vulnerable, combinación llena de fortaleza, porque es revelar aquello que nos llena de potencia y ternura.
De esta manera, ese “¿quién soy?”, se constituye observando mi historia y, muchísimas veces perdonándome y perdonando para no repetir caídas (que sí, vendrán, pero, con más fuerza al levantarme), aceptando en quien me he transformado, comprometiéndome cada momento en ser, conmigo mismo, un hombre veraz, no silenciándome, no aparentar, ser fiel a lo que creo pienso, transformando las recriminaciones y reclamos en oportunidades, pudiendo acercarme a mis padres, hermanos, hijos, amigos, compañeros de labor o de futbol, desde otro lugar; un lugar que se acerque y no violente. Porque, ¿cómo puedo pedir honestidad a alguien si no soy mínimamente honesto con lo que a mí me pasa y cambiando aquello que duele y hace doler?
Pensando esta idea: ¿Cómo podemos hacernos dueños y responsables de nuestras palabras? E incluso: ¿Dónde los hombres, extraviamos la habilidad de poder decir, nombrar y, luego con asertividad comunicarnos con el “otro”? Clásica recriminación: “no dice nada; no habla nada; no me dice que me quiere”, pareciendo que hemos perdido la palabra que demuestra amor y
no solo la que da soluciones a todos y a todo.
El ¿Quién soy? Es una pregunta valida. No, no te imagines a un hombre sentado bajo el árbol sin hacer nada, preguntándoselo y agachando la cabeza, luego subiéndola y lanzando una manzana al viento. La pregunta es válida porque hace reflexionar mi esencia: mi yo, mis padres, mi hogar, mi crianza, mis pensamientos, sentimientos y creencias. ¿Tanto? Si. Ese mirar atrás, escuchar nuestra historia y, luego poder “contarnos” a nosotros mismos nuestra historia, nos hace ser conscientes de, lo que, a los hombres, en su mayoría, no nos gusta reconocer ni menos hablar: lo que nos duele y, consecuencia: nos acerca a un camino sanador. El aceptar sin cuestionamientos lo que la sociedad actual me dice que debo ser y hacer es
sumamente cómodo y, a la vez, dañino y peligroso. Salir de ahí es trabajoso pero sanador y, saber que no hay una respuesta igual para todos los hombres porque, fuimos creados y sostenidos de manera inédita, nadie igual a mi o a vos, es increíble.
Este camino de sanación no es fácil para nadie. Nos atraviesa y debe hacerlo para que se sostenga y nos haga agradecer nuestra fortaleza: como crecí, aprendí y me formé, en quien me transformé y, abrazando mi masculinidad, reconocer que con toda mi fuerza puedo amar a los que antes vinieron, a los que hoy están y a los que vendrán. Este es el desafío de la masculinidad actual: detenernos en medio de una rutina depravadora de trabajo, rutina,
excesos para validarnos como hombres incansables y cansancio extremo, acercándola a la responsabilidad, pero llenarla de sentido y mas fidelidad con lo que creo que es valioso y, dar pasos reales y no solamente obligados por el “que dirán” o “que me venden como esencial para llamarme hombre”. Esa fidelidad es una invitación que Dios nos ha hecho a los hombres desde siempre para poner a prueba el quien soy, quien es el otro y como dar el paso de amar: ¿Dónde estás?; ¿por qué estas aquí?; ¿me amas?; ¿Quién dices que soy?, atraviesan el qué es ser hombre, de donde sacamos modelos y con quien queremos construir aquello de aquí en adelante.
Charlar y pensar la masculinidad es un asunto de potencia, de amor, de vínculo y de salud.
Estás invitado.
Lic. Juan Pablo Lienlaf
Psicólogo, Docente de Lengua y Literatura, Licenciado en Cs de la Educación, Esp. Clínica del Suicidio