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 (Capítulo 3 del libro inédito: “Metanoia: Las utopías pueden volverse realidad”)

Autora: Ivka Itzak

Recuerdo un episodio que atravesé en el Aeroparque Jorge Newbery, en Buenos Aires, hace algunos años. Yo acababa de llegar de Estados Unidos y partía nuevamente para la Patagonia, donde resido.

Generalmente cuando ya venimos de un viaje largo, anhelamos quietud y silencio. Y creo que la principal oración de quienes toman aviones es que no le suban un bebé al lado.

Pues esta vez algo peor me iba a suceder.

Un llanto infantil desesperado, desgarrador, estridente atravesaba todo el edificio en un volumen que a mí, cansada y con ganas de llegar a casa, me resultaba insoportable. Tanto duraba y era tal el volumen que lograba el nene, que dos veces se acercaron policías a la madre para corroborar que no estuviera habiendo una situación de golpes y abuso.

Entonces razoné que, clínicamente en estos casos la intervención no debía ser sobre el niño. Tenía un poco de temor de que mi hipótesis no fuera la correcta, pero aún así después de unos cinco minutos de tímpanos irritados, decidí intervenir.

Le pregunté a la madre si estaba bien, si necesitaba algo y si se sentía bien. La madre del pequeño me explicó que venía luego de varios vuelos de conexión desde Europa, que no había podido dormir ni ella, ni el bebé ni su esposo que había ido a dejar las maletas. Todo esto en medio de los gritos del rubio que tenía en brazos que lloraba más que todos los actores de telenovela que he visto en mi vida.

A medida que la madre hablaba y que yo le ofrecía ayuda, el niño se fue calmando.

¿Qué fue lo que pasó? El niño necesita, por su indefensión sentirse en un ambiente seguro. Proveer de este ambiente seguro, fue descripto por los psicoanalistas ingleses como función de “holding”. Es un sostenimiento que se hace con la voz, la postura corporal, la mirada. Cuando el niño pequeño advierte que quien está cuidándolo no está en condiciones de proveer seguridad, desata toda su ira y su furia. Su ira y su furia, no son otra cosa que maneras de canalizar la angustia ante la indefensión.

Por eso, me di cuenta que, en este caso, no había que enfocar la intervención sobre el niño, sino sobre el adulto. La madre no estaba pudiendo calmarlo, la madre estaba agotada, y si hay alguien que sabe sobre las emociones de un adulto es el niño que está al cuidado de ellos. Seguramente te ha pasado, querido lector o lectora, estar angustiado o estresado y que tu hijo o hija se ponga más insoportable aún. Eso sucede porque tu niño no puede ser engañado respecto a tus emociones. Él vive en un mundo muy emocional, dado que su razón no ha sido desarrollada aún. No tiene la capacidad de abstraerse de las realidades emocionales ni puedes mentirle acerca de ellas.

Perla Zelamunovich, una respetada psicoanalista que se dedica a la psicología educativa, tiene una frase que a mí me gusta mucho: “La violencia es hija del desamparo”[1]

Ahora bien, como vimos en el capítulo anterior, todos tenemos una violencia intrínseca. Sabemos que somos malos, vivimos con una lenta desesperación existencial. Esta será menor o mayor en base a la calidad de “holding” que hayamos recibido en nuestra infancia.

Sin embargo, si nos traspolamos al plano existencial o espiritual, aunque hayamos recibido mucho amor desde pequeños, aunque hayamos hecho psicoterapia, sentimos cierto desamparo frente a un mundo que se desarma, vínculos que lastiman y utopías que, como diría Joan Manuel Serrat “llegan siempre tarde”[2] al desastre y el dolor.

Es por esto, que necesitamos, además del holding humano de nuestros padres, de nuestra comunidad, de nuestros afectos, el holding de Dios.

 

Dios-madre

Generalmente en las iglesias cristianas no se habla demasiado sobre el Dios-madre. A la gente le gusta concebirlo como un poderoso guerrero. ¿Cuántos sermones has escuchado acerca del Dios-Padre? ¿Y acerca del Dios-madre?

En mi libro anterior, expuse la hipótesis de que, quien no puede aceptar a Dios primero como madre, no puede aceptarlo como padre tampoco.

Obviamente, no me estoy refiriendo a padres y madres literales. Para el psicoanálisis madre y padre son funciones. No se definen por el género de quien las ejerce sino por el vínculo que la persona tiene sobre el niño.

El Dios-madre, nos ampara, nos cobija, nos abraza, nos alimenta. El Dios padre nos invita a navegar, a ir por el mundo, a aventurarnos y nos pone límites (leyes).

Quien no puede aceptar el amor de Dios, cobra una relación enfermiza con un Dios-padre en su cabeza desprovisto de ternura, exigente y malvado. Y se convierte en un psicótico o un obsesivo espiritual (desarrollé este punto con más claridad en mi libro anterior)[3]. Se vuelve un místico o un guardador de leyes o mandatos. Y como no tiene amor…es un címbalo desafinado pretendiendo que todos sigan a su ritmo.

Llevarse mal con el Dios-madre, es llevarse mal con el Jesús que quería cobijarnos bajo sus alas, cocinarnos, tener a los niños en sus brazos y besar y abrazar a sus discípulos. Sí, Jesús, te guste admitirlo o no, era muy maternal.[4]

¿Te parece si exploramos algunos textos que hablan sobre la maternidad de Dios?

 

Las cartas del Dios-madre

Cuando mi hermana menor tuvo un accidente casero que le generó una quemadura de tercer grado teniendo apenas más de un año, la recuperación de estas heridas fue muy lenta y dolorosa.  Sin embargo, mi madre descubrió que cuando le daba de mamar se calmaba. Mi madre pensaba que era simplemente por el acompañamiento emocional. Pero hace poco se descubrió que la leche materna es tan maravillosa que contiene una sustancia calmante y desinflamatoria.

La leche materna, calma dolores también.[5]

Esta imagen de una mamá que cura heridas, es de las más tiernas que existen. Y los profetas del antiguo testamento, pintan a Dios como una madre que cura heridas

“Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo.” Isaías 66.13 (RVR 60)[6]

Él sana a los quebrantados de corazón,

Y venda sus heridas. (Salmos 147:3)

Y todos estamos heridos, ¿cierto? Todos lidiamos con nuestra vulnerabilidad. Todos nos hemos lastimado a nosotros mismos y a otras personas. La vida nos lastima. Nosotros nos lastimamos. Nuestros padres nos lastiman. La sociedad nos lastima. Nuestro jefe nos lastima. La escuela nos lastima.

Nadie sale de esta vida ileso.

Todos y todas necesitamos ser sanados. La terapia ayuda. Pero se queda corta, muchas veces.

Gran parte de nuestro mal comportamiento, nuestro impulso a dañar, proviene de que hemos sido dañados. ¿Te has dado cuenta ya de esto?

Conozco a alguien que no podía parar de coquetear y fantasear con hombres casados. Cuando decidí mostrárselo, me di cuenta de que lo que ocurría en realidad era que se sentía fea. Su madre, toda la vida la había humillado por su peso y comparado con su hermana que era delgada. Ella siempre se refugiaba en los brazos de su padre para compensar la frustración que su madre le causaba.

Ahora, que era grande y que tenía problemas con su novio, buscaba la aprobación de otros “papás”. La angustia la hizo parar a tiempo, antes de dañarse a sí misma y a otros. Buscó terapia y buscó a Dios.

Quien está dañado, daña. Facundo Cabral decía: “Ser feliz es un deber moral. Porque quien no es feliz, está amargando a todo el barrio.”

Necesitamos sanidad, necesitamos amor. Y como diría Roberto Badenas “todos necesitamos mucho más amor del que merecemos”.[7]

¿Dejarás que el Dios-madre te cure las heridas?

 

Cómo hacer que un niño se porte bien

Esta ha sido la pregunta a través de todas las edades.

La famosa discusión de la justificación por la fe y la justificación por la gracia, en el fondo es la misma pregunta acerca de cómo ponerles límites a los niños. Dado que, espiritualmente, como diría Chris Blake[8], no somos otra cosa que grandes niños.

Esta pregunta inclusive estuvo flotando en el aire ya en los comienzos del psicoanálisis. Freud descubrió que cuanto más analizaba a los niños, más rebeldes se ponían hacia sus padres. Cuando recordamos que fue la generación que dirigió la primer y segunda guerra mundial, que en sus orígenes había sido adiestrada desde el victorianismo, no nos parece tan mal que hayan sido niños “desobedientes”, cuanto más sanos se volvían.

Por otro lado, tenemos las redes hoy en día con humoradas acerca de las chancletas maternas y los cintos paternos, naturalizando los castigos físicos hacia los niños a fin de doblegarles la voluntad.

Sin embargo, si tomamos este principio de “La violencia es hija del desamparo”, notamos que para que un niño tenga una conducta capaz de hacer lazos sociales exitosos, el camino no debiera ser la violencia física. ¿Qué implica la violencia física? La violencia física implica un padre o una madre que ha perdido los estribos y necesita desahogar su ira sobre un niño indefenso. El berrinche y la mala conducta son las únicas armas que tiene para defenderse del adulto. Donde veas un niño haciendo berrinches y padre que le pierde la paciencia, están viendo una lucha por el poder.

Ahora bien, los psicoanalistas ingleses tienen otro punto interesante aquí. Donald Winnicott y Melanie Klein, refieren que tanto la madre del recién nacido como el padre del adolescente deben soportar el odio del niño, sin creer que eso tiene que ver con su persona.

La madre del bebé debe entender que la violencia intrínseca de éste (tirarle del pelo, golpearla, hacer berrinches) no tienen que ver con que el bebé odie a la persona, sino que su inmadurez e indefensión hacen que por momentos manifieste su odio a aquello que lo frustra. Ese odio es proyectado sobre la madre, y solo las buenas madres pueden calmar esos momentos de odio y rabia con amor. Que esa violencia, lejos de ser combatida con fuerza, debe ser contenida con amor. [9]

Por otro lado, el padre del adolescente y el niño, dice Winnicott[10], debe soportar ser odiado por el hijo. No ceder ante sus caprichos, mantenerse firme en los límites y ser capaz de frustrarlo sin buscar la aprobación del hijo. Esto hablaría de un padre condescendiente incapaz de educar para la vida y los vínculos.[11]

Ahora bien, mucho se critica desde la cultura laica a Jesús cuando dice “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Acaso, ¿no estaba Jesús siendo una madre conteniendo a niños que ejercían una violencia sobre él que tenía que ver con la violencia que el sistema les imponía día a día? Una violencia que no permitía pensar y que literalmente crucificaba a cualquiera que se opusiese… ¿No estará Jesús pidiéndonos que maternemos al mundo cuando pide que corramos la segunda milla?

Correr la segunda milla, es en realidad romper la esclavitud de la necesidad y el control, para entrar en una lógica de amistad y deseo. Servir voluntariamente es una rebeldía que impide que el otro me obligue a servirlo. Al ceder mis derechos no me vuelvo más esclava, me vuelvo libre.

Pablo siguió este principio cuando dijo: “Quien pueda liberarse de sus amos, libérese. El que no, sírvalos como al Señor.” Para Pablo servir al Señor implicaba una liberación: “en donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.”

Cuando venzo con el bien el mal, estoy maternando la violencia del violento. “Esto es muy peligroso”, podrías decirme, porque alguien podría quedarse en un vínculo que le es abusivo, por ejemplo una mujer podría naturalizar ser golpeada por su esposo. Jesús no estaba hablando aquí de relaciones familiares sino de relaciones con los poderosos donde no se podía elegir. No aplica esto para las relaciones libres, sino para las relaciones en las que nos han esclavizado desde la necesidad. Rompo con la lógica de la necesidad, sirvo por deseo.

Este padre del niño y del adolescente, por ejemplo, es Jesús, callado ante Pilato. Respondiendo “¿por qué me pegas?” a quien lo abofeteaba. Marcaba un límite, firme. Silencio, no contesta. “No tendrías poder si no se te hubiese dado”. Es decir, lo que estás haciendo no es hacia mí como persona, es la violencia de un estado corrupto que te somete y del que eres víctima. Yo no voy a ser tu víctima también. Soy un padre que pone límites al niño, sin tomarme tu odio hacia a mí como una ofensa personal. Necesitas sanar, necesitas crecer. Y no voy a ceder a tus caprichos.

Es por eso que en la cruz, trajo sanidad. Es Dios, en contraste a todos los dioses conocidos hasta ese entonces, manifestando la no violencia como la solución a todos los vínculos. Es Dios siendo madre y padre. Conteniendo la violencia de la humanidad.

Según el Pr. Joel Barrios, y el teólogo David Asrick [12]en la cruz no era la ira de Dios la que estaba en juego, era nuestra ira. Dios estaba lidiando con la ira del ser humano hacia él. Dios estaba diciendo “no estoy enojado, esa ira es tuya, no es mía”.

Acunándonos con un “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”. Puedes estar en desacuerdo, puede parecerte mal. Pero déjame decirte que este mensaje de no-violencia ha traído paz y crecimiento a mi vida, al igual que la psicoterapia.

Si quieres que un niño se porte bien, acúnalo cuando lo necesite, pon límites serenos cuando lo necesite. Pero no lo violentes. Jesús vino a enseñarnos otro camino (y como acabo de probártelo, el psicoanálisis también).

Y vos ¿en qué necesitás portarte mejor? ¿Tenés pecados, inseguridades, complejos, dolores que no te dejan avanzar y crecer? La maternidad de Dios está disponible. Para curar tus heridas, para contener tu odio y tu visceralidad y …para darte de comer.

 

El Dios que alimenta

Cuando mi sobrino menor era bebé tenía una costumbre muy divertida. Cuando íbamos a visitarlo, luego de mamar, nos miraba a todos con una expresión de profunda felicidad. Como si abriera los ojos por primera vez y estuviese maravillado de haber sido amamantado, de tener una familia y una casa. Santiago era alegría pura. Sonreía a todos, miraba para todos lados con unos ojos grandes y expresivos.

Se podría decir que a Santi ser amamantado lo reiniciaba. Se transformaba de un bebé llorón y angustiado a un niño maravillado con la vida y feliz.

Hace un tiempo un rabino me contó que la expresión El-Shadai significa el Dios que da de mamar. Y comparando la experiencia de Santi con mi experiencia espiritual, me doy cuenta que Dios hace por nosotros lo mismo que mi cuñada hacía por Santi cuando le daba teta: nos reconcilia con la vida, podemos ver con nuevos ojos y nos llena de felicidad.

Cuando nuestras necesidades no son satisfechas, las pulsiones destructivas afloran. Esto fue uno de los postulados descriptos por Melanie Klein en sus estudios sobre niños pequeños.

Y la gente vive preocupada por la satisfacción de sus necesidades, ¿verdad? Nos preocupan las tarjetas que hay que pagar, nos preocupa nuestro futuro, nos preocupa una pareja con la que las cosas parecen no fluir pese a que lo hemos intentado una y otra vez.

Todos y todas tenemos necesidades que nos angustian y nos atraviesan. Gran parte de nuestro estrés diario, corresponde a que las cargas de la vida a veces son demasiado pesadas y demasiado complejas. Eso nos transforma en niños quejosos y angustiados.

Eso se llama pulsión de muerte. A través de la palabra, muchos hemos disminuido esos dolores charlándolos con nuestros analistas. Y la presión cede.

Sin embargo, la experiencia espiritual es aún más satisfactoria en este sentido, que el análisis. El análisis está muy bien, pero la experiencia espiritual nos da una sensación de comunidad, de alivio y de calma muy profunda.

En numerosos pasajes bíblicos, Dios se muestra como alguien dispuesto a ocuparse de nuestras necesidades.

“Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de la tierra de Egipto; abre tu boca, y yo te satisfaré.” (Salmos 81.10 DHH)

“ Busquen el reino de Dios[a] por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les dará todo lo que necesiten” (Mateo 6:33 NTV)

Sin embargo, Dios no se ofrece solo a satisfacer nuestra necesidad, sino a darnos ese plus afectivo que sin ser “necesario” inaugura el deseo en nosotros. Es plus, es el amor que el bebé experimenta.

“Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo[…]Yo mismo le enseñé a Israel[b] a caminar, llevándolo de la mano; pero no sabe ni le importa que fui yo quien lo cuidó. Guie a Israel con mis cuerdas de ternura y de amor […]y yo mismo me incliné para alimentarlo.” (Oseas 11:1-5 NTV)

Un recorte de la clínica con niños, me ayuda a entender estos textos desde otra luz.

A principios del siglo XX empezó a aparecer un conjunto de síndromes y síntomas en bebés y niños pequeños que se llamó “Síndrome del Niño hospitalizado” ¿En qué consistían estos síntomas? En que los niños y los bebés perdían funciones ya adquiridas al separarse de sus madres y sus familias por estar hospitalizados.

Ahora bien ¿por qué ocurría esto si los niños eran alimentados, cuidados y cambiados? Porque no había nadie que los desease, nadie que los quiera, que los mime. Faltaba ese “plus” que viene con el afecto materno.

Muchos de nosotros hemos tenido la experiencia de comportarnos con Dios como bebés lactante, pidiendo solamente leche, pero tomando la metáfora de Erich Fromm[13], Dios nos da leche mezclada con miel. Es decir, Dios nos da no solo lo que necesitamos, nos da “más de lo que pedimos o entendemos”[14]

 

Para ir finalizando…

Abundan las metáforas a lo largo de las escrituras bíblicas acerca de un Dios- madre. Nuestra cosmovisión, occidental, machista, violenta nos ha impedido verlo. Esto ha impactado nuestro caminar espiritual y ha sumado dolores a nuestra existencia humana, ya de por sí difícil.

¿Nos atreveremos a romper lo que pensábamos acerca de Dios, en base a lo que Jesús y las escrituras muestran?

De esto dependerá que podamos crecer subjetiva y espiritualmente.

[1] Zelamunovich, P. (2001) “Violencia y Desamparo” Cátedra Abierta: Aportes para pensar la violencia en las escuelas. Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas. Ministerio de Educación de la Nación Argentina, Buenos Aires.

[2] “A quien corresponda” Joan Manuel Serrat, Canción

[3] Itzak, Ivka. “El Infame”. LCC ediciones. 2021, Buenos Aires

[4] Mateo 14:13-21; Mateo 23:37-39; Mateo 19:14

[5] https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0212-16112017000200301

[6] Seguramente podrías decirme que esas imágenes de ternura están mezcladas con mensajes de ira en los profetas. Y tendrías razón. Pero si puedes filtrar a los profetas a través de Jesús, así como cuelas tu té o café de la borrasca, sería muy bueno.

[7] “Encuentros”, Badenas, Roberto, ACES 1997

[8] “En Busca de un Dios para Amar”, Blake, Chris, ACES 2004

[9] Klein, Melanie “Amor, Culpa y Reparación” Tomos 1 y 2 Paidós, Buenos Aires
Íbid, “Envidia y Gratitud”

[10] En su libro “El hogar, nuestro punto de partida, Donald Winnicott escribe sobre la importancia de que los padres permitan que sus hijos expresen sus sentimientos, incluso si estos son negativos, como el odio. Winnicott enfatiza que el hecho de que un niño odie a su padre no significa que la relación esté dañada irreparablemente, sino que es una señal de que el niño se siente lo suficientemente seguro para expresar sus verdaderos sentimientos.

[11] Winnicot, Donald, Obras Completas Tomo 2, Nativa Libros, Buenos Aires 2021

[12] Referencia de publicaciones informales en redes sociales

[13] “Muchas madres dan leche, pero no todas son capaces de dar miel junto con ella”. Fromm, Erich, “El arte de Amar”

[14] Efesios 3:20 (RVR 60)