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¿CUÁNTO ES SUFICIENTE? La trampa espiritual del perfeccionismo

Lic. Noelia Marrero

Cuando conocí a Cristo entendí que las cosas de este mundo nunca lograrán satisfacerme, que el éxito material y los efímeros placeres de este mundo son una trampa, que ellos no llenarán el vacío de mi alma. Y aun cuando una parte de mi los desea, y aun cuando dedico más energía e ilusión en ellos de lo que quisiera, creo que estoy aprendiendo a disfrutarlos sin aferrarme demasiado.

Sin embargo, todavía me siento insatisfecha, y mi corazón no halla la paz que Jesús promete. Leo en mi Biblia: “Sed pues vosotros PERFECTOS, como mi Padre en los cielos es perfecto”, “TODO lo puedo en Cristo que me fortalece”, “Jehová es mi pastor, NADA me faltará”, “TODO aquel que pide (con fe) recibe”, y con culpa y vergüenza veo todo lo que no soy, todo lo que no puedo, todo lo que me falta, todo lo que pido y no recibo, y mi frustración y sensación de insuficiencia me aplastan.

¿Cuánto es suficiente? ¿Cuándo llegaré al punto en que pueda sentir que Dios está satisfecho conmigo? De veras lo deseo, y en mi sincero afán por agradarlo entro en una vorágine de disciplinas, prácticas y acciones que, aunque “espirituales”, siento que poco se diferencian de la compulsión exitista de este mundo. Siempre desde la carencia, desde la falta, desde la ilusión fallida de que con esto sí, al fin, alcanzaré la plenitud.

¿Será que este es el tipo de perfeccionamiento que Dios quiere? ¿Será esta clase de progresos los que Dios espera de mí y promete darme si tengo la fe suficiente? ¿Que todo lo pueda? ¿Que todo lo tenga? ¿Que mi fe todo lo consiga? ¿Será que la trampa del enemigo ha sido simplemente cambiar el objeto de nuestra búsqueda desenfrenada?

¿Cuánto es suficiente? Casi con desesperación me lo pregunto. Y de pronto Dios me responde, rompe el hechizo de tantas promesas bíblicas descontextualizadas, y me ayuda a entender que mi hacer, mi poder y mi tener nunca fueron una prioridad para él, que a lo largo de la historia de este mundo la insatisfacción y la pretensión de ir siempre por más ha sido el germen del pecado, y no de la santidad.

Corrido el velo de mi “corazón engañoso” de pronto entiendo claramente que el “TODO lo puedo” de Pablo fue el “contentamiento” en todos aquellos momentos de su vida en los que no pudo (Fil 4: 11-13), que lo único que NUNCA le faltó a David fue el Pastor (Salmo 23:4). Que lo que SIEMPRE me dará cuando lo pida es el Espíritu Santo (Lucas 11:13).  Me doy cuenta de que Adán y Eva, aún en su estado de perfección, tampoco estaban completos, no sabían todo (no conocían el bien y el mal), no tenían todo (les faltaba un árbol), no podían todo (no podían ser Dios). El problema nunca fue la incompletud, el problema fue la insatisfacción.

La insuficiencia es parte de la esencia de toda criatura, Lucifer no lo aceptó, Eva no lo entendió. No fuimos hechos para poderlo todo, ni tenerlo todo, ni saberlo todo, porque no es necesario. Perfección no es completud, perfección es aceptar aquello que falta, reconciliarnos con nuestros límites, e incluso amarlos. ¿Amarlos? Si. Porque en ese lugarcito donde percibo mi falta, se despierta el deseo, la búsqueda del otro, humano y divino, que durante el encuentro de sana dependencia me completa. La falta no es carencia, la falta es el espacio para el amor.

Si todo lo puedo, no necesito a nadie, si todo lo tengo ya no hay más sueños, si soy como Dios me quedo sin Dios. Hemos comprado a un alto precio la primera mentira del universo, la idealización de la autosuficiencia, la convicción de que necesitamos algo más para ser perfectos, poco importa si eso tras lo cual corremos es malo o bueno.

Y así transcurre la vida en esta tierra, el niño deseando ser grande, el adolescente pretendiendo probarlo todo, el adulto anhelando la belleza de la juventud. El pobre queriendo más dinero, el rico más poder. Hombres deseando verse como mujeres. Mujeres reclamando ser en todo iguales a los hombres. El ser humano resistiéndose a la realidad hasta los límites más obvios de la propia biología. Y el buen cristiano, además, lacerando su cuerpo o su alma en el afán desesperado de ser más santo. Y nada alcanza, nunca, siempre hay algo más allá, nada es suficiente para alcanzar esta maldita y perturbadora ilusión de que un día lo podremos todo, y entonces al fin seremos felices.

Detengámonos, Dios jamás nos ofrecería aquello que no necesitamos, jamás lo hizo, jamás lo hará.  Contentémonos, amiguémonos con nuestra incompletud, con nuestra humanidad, con nuestra finitud. Dejemos de luchar con lo imposible. Dios nunca nos dará todo, siempre habrá algo que nos falte, y está bien. Solo él es perfecto, completo, y lo único que seguirá haciendo es ofrecerse a sí mismo, SIEMPRE, porque solo si lo tenemos a él, NADA, nada, nada, NUNCA más nos dejará insatisfechos. Esa es su promesa, y es suficiente.

 

 

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