La palabra: creadora de la realidad, consumación de que somos humanos, capacidad de poner amor a la distancia, en la ausencia nos acercamos y, en el conflicto, encontramos puentes para lidiar con la diferencia y aprender de ella.
Leo a Brene Brown, trabajadora social y experta en temáticas de “vulnerabilidad” y “vergüenza”. La cito:
“Una de las formas primigenias, la palabra “valor”, tenía una definición muy distinta a la que le damos hoy. Es su sentido original, valor significaba: “Decir lo que uno piensa desde el corazón”, Con el tiempo, esta definición cambio y, ahora, el valor se ha convertido en un sinónimo de heroísmo. El heroísmo es importante y no hay duda de que nos hace falta héroes, pero creo que hemos perdido el contacto con la idea de hablar con honestidad y abiertamente sobre quiénes somos, sobre cómo nos sentimos y sobre nuestras expectativas (buenas y malas) es la definición de valor”.
La valentía: ese valor enseñado, que nuestros padres ufanan orgullo cuando lo logramos, puede destruir la capacidad de conectar con nosotros mismos y con nuestras emociones. No vine aquí a romantizar lo que sentimos, como si fuera la única brújula de la vida de un varón, sino a cuestionar la idea de valentía que nos atraviesa socialmente como un mandato al cual nos alienamos y, que se cuela cuando estamos frente a una dificultad interpersonal o laboral; un proceso de duelo o dolor psíquico o una relación romántica.
El observarnos desconectados de nuestras emociones y, esa forma cautelosa que tienen de entrar en nuestra psiquis, comenzamos con ciertos malestares, no dichos o con conflictos que se evaden por ser precisamente, difíciles de encarar y que se convierten en una “bola de nieve”. La valentía, precisamente tiene su esencia: significa ser lo suficientemente hombre para decir lo que nos sucede, honrar lo que sentimos y, así, honrar los vínculos.
Pese a los cuestionamientos que tengo sobre las publicaciones de Bell Hooks, este párrafo, es increíble:
“Si un individuo (varón), no logra lisiarse emocionalmente, puede contar con que los hombres… acometerán rituales de poder que atacan su autoestima”.
Uf. Continuamos con el bloque “duro” que sostiene la razón y, que nos ahoga. Si algún varón expresa en palabras, sus sentimientos y, más de amor (y nada que decir si lo expresa a otro varón: padre, hijo, amigo), está expuesto a un cuestionamiento sobre su virilidad. Entonces, aprendemos a “actuar”, no “decir”: hablar de propiedades, hablar de las mujeres como objetos, hablar de la última película pornográfica que vimos, ¿Por qué?, porque hemos colocado muy al fondo nuestras emociones, reprimiéndolas y, la palabra se vuelve desconocida.
Entonces, ¿Cuál es el paso que podemos dar? Como dice un amigo muy íntimo: “dando pasos de bebe”. Valentía es aquel varón que puede decir “te amo”, sin que le pese el qué dirán; valentía es aquel varón que busca ayuda ante el abuso sexual que sufrió en la infancia”; valentía es llorar, donde sea, pero llorar y manifestar un “decir” sobre su pena; valentía es charlar con otro varón de su depresión y su ideación suicida y, hablo de un “decir”, no solo de un “hablar”. Lo último lo hacemos a cada minuto, lo primero, cuesta y mucho, es poner significado a eso que sentimos y pensamos, aunque sea “políticamente incorrecto”. Decir es conectar internamente con lo que nos pasa y activarlo haciéndolo público.
La valentía de decir: de comenzar el viaje de poner palabras, de transmitir su amor y su dolor, su gratitud y esperanzas. La palabra nos salva, nos sana, nos convoca con otro y eso, es bienestar, es salud, es amor.
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