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Simón comenzó a los 6 años la escuela.  Andrés quedó en casa llorando, porque él también quería ir a clase con su hermano, pero ese era un privilegio que por ahora solo tendría el mayor.

Simón se había ido a aprender la Torah.  Hoy conocemos este conjunto de historias, leyes, genealogías y estatutos como el Pentateuco y aparece en los primeros cinco libros de cualquier Biblia.

Desde los 6 a los 10 años los niños de entonces aprendían de memoria cada parte, cada página, cada versículo.  Si Simón resultaba ser lo bastante inteligente y aplicado, a los 10 años estaría entre el pequeño grupo que, en lugar de volver a las ovejas, la carpintería, las redes o cualquier otro negocio familiar, continuaría sus estudios.  Este grupo de estudiantes prodigiosos seguían estudiando a los profetas y los libros poéticos hasta terminar de aprender de memoria el antiguo testamento.  Treinta y nueve libros, página por página, renglón por renglón (profetas mayores y menores, los libros de sabiduría, los históricos).  Todo de memoria.  Para los 15 o 16 años, si habían aprendido todo el antiguo testamento y, si se destacaban los suficiente, irían a la escuela de algún rabino a rendir el examen de ingreso.  El rabino les hacía infinidad de preguntas para corroborar que conocieran los escritos y luego evaluaba si tendrían la capacidad de convertirse en un maestro, un rabino.

Solo la élite, los más encumbrados y sobresalientes llegaban a entrar en la escuela de un rabino y convertirse en discípulos.  Saulo de Tarso y Nicodemo son algunos ejemplos.  San Pablo (primero llamado Saulo) era capaz de citar desde la prisión pasajes completos del antiguo testamento.  En la prisión San Pablo no disponía de los rollos del antiguo testamento, pero los conocía de memoria.

Cuando un estudiante era destacadamente bueno y pasaba la rigurosa evaluación del rabino, este le decía “Ven en pos de mí, sígueme.  Lleva mi yugo sobre tí y aprende de mí”.  Estas eran algunas de las palabras de recibimiento.

En Mateo 4:18 leemos que Jesús encuentra a Simón y Andrés pescando y a pocos metros a Santiago y Juan remendando redes con su padre, Zebedeo.  Estos cuatro habían tenido que dejar la escuela… Si estaban participando del negocio familiar era porque ningún rabino los había aprobado, tal vez ni siquiera ellos lo habían intentado.  Y Jesús se acerca y les dice, “Vengan en pos de mí…” los aprueba, los recibe como discípulos.  En aquel tiempo era uno de los mayores honores y orgullo ser aceptado por un rabino.  Era ser parte de la élite de la élite.

Muchas veces escuché hablar de la gran fe que tuvieron los discípulos en Jesús para dejar todo de repente y seguir a este maestro.  Sin embargo, la historia tiene mucho más sentido para mí a la luz del contexto de la Palestina del primer siglo.  Lo que llama la atención aquí es la actitud de Jesús.  Estos eran hombres sin estudio, con capacidades normales, meros pescadores.  Lo que asombra es la fe que Jesús les tuvo.  Jesús creyó en ellos y en lo que podían ser.  Creyó en que podían ser como Él.  De hecho, les tuvo tanta confianza que solo tuvo tres años de misión pública y luego se fue y dejó en manos de sus discípulos la misión de transformar al mundo.

Hoy por la mañana miré mi reloj para saber la fecha: 15 de marzo. La computadora en la que estoy escribiendo en un rincón tiene un calendario que coincide.  Todos, desde el fabricante de mi reloj hasta Microsoft, implícitamente reconocen que este puñado de discípulos triunfó y marcó tan profundamente la historia que todo es antes y después del Jesús que ellos predicaron.

Siempre se nos habla de cuán importante es la fe para el crecimiento espiritual, pero ¿qué acerca de la fe que Jesús nos tiene?  Dios nos tiene una fe que estremece.  El cree que somos capaces de vencer nuestros miedos, nuestros pecados, nuestras tristezas, nuestras debilidades vergonzosas.   Cree que podemos ser padres brillantes, cónyuges fascinantes, profesionales de excelencia, discípulos fieles.  Cree en nosotros apasionadamente, cree en nosotros tanto que saca lo mejor a flote, no importa cuán grave haya sido nuestro naufragio.  Brotan exuberantes todas nuestras capacidades ante tanta confianza.  Florecen nuestras aptitudes en el terreno fértil de su amor.

Él realmente cree en nosotros.  ¡Que el fluir por tu día no deje de tener presente tremenda verdad!

Lic. Néstor Bruno

Psicólogo – Director de PsySon