Autor: Lic. Melisa Marrero, terapeuta de PsySon
¿Cuán seguro y protegido estás en tu fortaleza?, ¿es tan fuerte y resistente como para enfrentar una crisis como la actual?
Este tiempo “libre” puede ser una oportunidad para reflexionar, porque si bien no podemos salir, nada ni nadie nos impide hoy recorrer caminos internos, de introspección y autoanálisis.
La mayoría de las situaciones críticas llegan sin aviso, exigiendo una respuesta y confrontándote con los recursos (escasos o abundantes) con los que cuentas. Los mecanismos de afrontamiento que actives podrán ser adecuados/inadecuados y adaptativos/desadaptativos para esa situación puntual. Algunos sinónimos de la palabra crisis son: cambio, mutación, desequilibrio, vicisitud. La crisis puede ser una oportunidad cuando te permites mirar la situación desde una óptica diferente, donde el hecho de salir de tu zona de seguridad no sea a priori considerado como negativo o peligroso, sino como una posibilidad de aprendizaje, desarrollo y potencialidad.
Afrontar un problema o crisis no implica solamente resolver en la práctica una situación (no siempre está en tus manos hacerlo); implica mucho más: poder gestionar sanamente tus emociones (reconocer las emociones que sientes frente a ese evento, poder compartirlas y canalizarlas, buscar ayuda y apoyo social), poder flexibilizar la manera de pensar e interpretar esa situación y usar la evitación como un recurso para distraerte mientras no sea posible actuar. La clave radica en identificar cuándo es más eficaz una estrategia que otra, cuándo es beneficioso centrarte en cómo resolver el problema, cuándo lo es centrarte en las emociones o bien en la evitación o distracción, que no significa negar o minimizar la crisis.
Hace muchos siglos, alguien confeccionó una fortaleza verdaderamente indestructible. No necesitó refaccionarla porque soportaba cualquier circunstancia crítica. Como hombre nacido de mujer, Jesús estuvo sometido a las debilidades de la raza humana, a la dependencia total de un bebé que precisa el afecto y los cuidados para sobrevivir.
¿Por qué no llegó a tal vulnerabilidad física, psicológica, emocional, social y sobretodo espiritual, como el resto de los hombres?, ¿por qué no se veía amenazado frente al rechazo, las burlas, los prejuicios, la violencia, los insultos, las necesidades físicas, las enfermedades, el dolor e incluso la muerte?
La angustia, el temor, la ansiedad, el desánimo y la expectación no se apoderaban de él; no sentía incertidumbre frente al futuro, ya que todo lo que sucedía tenía un sentido y un propósito.
Se preparaba de madrugaba para encontrarse con aquel que lo orientaba y le servía de modelo. Nunca aceptó los consejos que intentaba darle su enemigo, disfrazado de luz, así como tampoco permitía que una palabra humana lo desanimara ni desviara de sus objetivos.
No se sentía amenazado por su entorno (¡y vaya si lo asediaban!). Consideraba que la mayor amenaza era interna, la de decidir soltar ese modelo perfecto. La muerte no era peligrosa en comparación con ese riesgo. Incluso abrió su Fortaleza por propia voluntad. Dijo que nadie le quitaba la vida, sino que la daba porque era un mandato de su Padre (San Juan 10:18).
Te propongo hoy mirar tu “fortaleza” tal cual es, sin sobreestimarla ni subestimarla. Mírala equilibradamente, intentando que la razón domine tus emociones. Identifica los elementos que la sostienen: logros académicos y profesionales, bienes materiales, talentos y aptitudes, vínculos interpersonales, hábitos, cuidado de la imagen, creencias espirituales, valores y principios. ¿Están equilibrados o habrá que reubicarlos?
Busca un momento a solas -un espacio privado- y piensa en los episodios críticos de tu vida. Si te sirve, podes graficarlo como una línea de tiempo o una ruta de vida –con fechas, edades, circunstancias críticas, maneras de afrontarlas-. Los problemas pueden ser representados por zonas donde el terreno no es llano sino empinado, abrupto y difícil de atravesar.
Anota también la manera en que interpretaste esas circunstancias (pensamientos), cómo te sentiste (emociones), qué hiciste (comportamientos) y a quién/es recurriste (red de apoyo social). ¿Te inhibías, pidiendo que alguien lo enfrentara por ti? (posición pasiva), ¿o bien lo afrontabas? (posición activa), ¿cambiabas la estrategia si no funcionaba o volvías a intentar la misma manera una y otra vez? (flexibilidad o rigidez de pensamiento y conducta). ¿Identificas algún patrón de conducta reiterativo, emociones y esquemas rígidos de pensamiento?, ¿qué te impedía soltarlos? Y, por último, ¿se te ocurren otras estrategias que hubiesen sido más adecuadas para enfrentar esas circunstancias?, ¿qué aprendiste de esas experiencias y en qué aspectos pudieron haberte ayudado a cambiar?
El desafío es, a partir de identificar cómo está realmente tu fortaleza hoy, empezar a soltar aquello a lo que tan rígidamente te aferras (maneras distorsionadas de interpretar una situación, temores imaginarios, hábitos nocivos, ideas o esquemas de pensamiento negativos, mandatos familiares). Abre la mano y deja ir preconceptos, ideas, emociones y conductas dañinas para vos y tu entorno.
Sueltas cuando te haces preguntas, cuando analizas una situación desde diferentes ángulos y perspectivas, cuando identificas y cuestionas tus esquemas rígidos de pensamiento, cuando te entrenas en diferentes maneras de hacer, cuando “dejas ser” al otro sin sentirte amenazado/a porque sea diferente. Soltar es salir de tu espacio de comodidad, seguridad y control, ese espacio que no te permite asumir riesgos ni aprender de las nuevas experiencias, que se vuelve rutinario, repetitivo, predecible y monótono. Soltar es aceptar que no puedes controlar lo externo. Camina hacia la zona de aprendizaje y crecimiento personal. Empieza de a poco, ampliando la zona desconocida gradualmente, busca compañía si algún cambio o actividad nueva te produce ansiedad, conoce gente nueva, haz una lista de las actividades que te dan miedo o ansiedad para ir enfrentándolas de a poco, cambia tu rutina con alternativas y variaciones pequeñas -que te hagan salir de lo cotidiano-, anímate a identificar tus deseos y las excusas para no intentar concretarlos.
La vida de Jesús es el mayor ejemplo de adaptación, flexibilidad, equilibrio emocional, autonomía, libertad, resiliencia y desarrollo personal. Te desafío a conocerlo, a mostrarle -en oración sincera- la fortaleza que armaste y animarte a hacer los cambios convenientes. Simón Pedro sabía a quién ir cuando había tormenta en su vida, y conoció las consecuencias de alejarse. Cuando cierta vez el Maestro les preguntó a los doce discípulos si acaso querían irse, él le respondió vehementemente: “Señor, ¿a quién iremos? si sólo tú tienes palabras de vida eterna”. (San Juan 6: 67 y 68).
¿A quién irás hoy?